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La Permacultura como revolución silenciosa y placentera

En muchas ocasiones me paro a reflexionar algo que no percibo en el movimiento permacultural actual, al menos en el ámbito de la península ibérica y es el carácter revolucionario de esta corriente ideológica. Porque a pesar de estar muy influenciada por el concepto wu wei (dejar hacer) y no ser dogmática en cuanto a posibilidades, siendo los únicos límites nuestra capacidad de creatividad y co-escucha del entorno. Si que existen unos márgenes definidos por los principios éticos y de diseño que desde la perspectiva de las dos personas que lo fundaron: Bill Mollison y David Holmgren, contienen de forma poco perceptible pero muy clara el ideal al que aspiraron al concebirla.

Si bien Bill Mollison era un auténtico orador que buscaba el choque directo con la otra contraparte, llegando a sentenciar con una frase lapidante:

«Los revolucionarios que no tienen huerto, que dependen del mismo sistema que atacan, y que producen palabras y balas, y no comida ni abrigo, son inútiles.»

 

No es menos directo por su parte David Holmgren, que en su lectura nos deja entrever a una persona mas moderada en su oratoria pero que igualmente hace referencias al movimiento libertario, sobre todo al concepto de «apoyo mutuo» y el autor anárquico de este libro Piotr Kropotkin.

Además, voy a permitirme el placer de conectarlo con la histórica frase de Emma Goldman, anarquista que fue apodada como «la mujer más peligrosa de América» que nos decía: La revolución se baila. Así es como llegamos a definir el título de esta reflexión.

Precisamente esta fue mi clave personal para adentrarme en este movimiento, tras mas de un lustro perteneciendo a movimientos sociales-culturales en continua lucha por cambiar el mundo, causas todas justas pero que me facilitaban albergar ira y rencor en mi interior, pasé a trasmutar toda esta energía hacia el concepto de «Cambiate a ti mismo» como nos enseñaba el Mahatma Gandhi, así cambiará  mi entorno cercano, y encima, ¡Se me hizo fácil y placentero!, Está claro que es mejor pasar del «Vale la pena luchar por…» al «Vale la alegría disfrutar de…».

Con esta reflexión no trato de aprovechar que provengo del movimiento libertario para auspiciar este ideal, de hecho, al contrario, creo que es interesante que siga este ideal de forma soterrada en la cultura de permanencia ya que lo importante no son las creencias, sino las viviencias. Es mejor sentir y vivir la permacultura que debatirla racionalmente.

Esa es la clave que ha llevado a este movimiento a crecer de forma tan exponencial y aunque ahora me apetecía visualizar de donde venimos, es mejor cuidarnos colectivamente desde el respeto a las diferencias de pensares y sentires para saber hacia dónde vamos.

Tampoco quisiera dar a entender que esta vida gozosa sea carente de esfuerzo, todo lo contrario, para generar un cambio se requiere de una fuerza de voluntad constante y paciente donde toma valor real la palabra «sacrificio», (oficio sagrado), es decir, hacer de nuestras vidas un incesante acto de amor hacia nosotras mismas, nuestro entorno inmediato y el resto de seres sintientes y pensantes.

¡Salú, alegría y permacultura!

 

 

 

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