La supervivencia del lobo en Iberia 1


 

 

El lobo abrió sus fauces y profirió un alarido casi imperceptible.

 

Texto escrito por Arminda Abdola // Texto escrito por RCVicent

 

Contexto actual

En España, la Junta de Andalucía declaró hace menos de un año la extinción de sus congéneres en las tierras del sur. Con los cambios de gobierno, los grupos ganaderos de los pueblos del otro extremo del país, al norte de Iberia, se inclinan actualmente en una campaña para erradicar las leyes que protegen a los miembros de su raza cánida.

Los mismos grupos humanos que prenden fuego a los bosques a mansalva para ampliar los pastizales para el ganado; grupos dentro de los cuales hay gentes que gustan de cazar al espíritu de la montaña y consideran que volver cadáver al lobo es sinónimo de divertimento y deporte.

 

El territorio indómito ha quedado relegado a la nada, bien sea por la agricultura, la ganadería, la dehesa o la caza, el diseño humano del entorno no posibilita la vida salvaje: todo debe ser rentabilizado por el hombre, casi siempre en dinero, si no en satisfacción instantánea.

Nada para el resto.

Antaño, el supuesto miedo al lobo − que no era otra cosa que miedo a las pérdidas que generaban en los rebaños de rumiantes introducidos en su hábitat −, posibilitó medidas políticas para su desaparición, como fue el pago por cada asesinato de este ser que impuso el franquismo. Ahora, con la total pérdida del hábitat para estos cánidos, ha bastado con no facilitarles su desarrollo.

Aunque la Junta de Andalucía ha tenido durante décadas un “Programa para la conservación del Lobo” desde 2003, los lobos no existían en tierras andaluzas más allá de una migración esporádica. Sin embargo, no ha sido hasta 2023 que lo han declarado extinto, al mismo tiempo que realizan una campaña para reintroducir el bisonte europeo, ya que este será un ejemplar goloso para la caza como se cita en https://sierradeandujar.com/bisontes/

 

“El Bisonte europeo en Encinarejo (finca ubicada en la provincia de Jaén) presenta más singularidades, ya que se trata de un proyecto de conservación asociado a una investigación liderada por la iniciativa privada abanderada por un empresario polaco, en la que la propiedad apuesta por una gestión natural del espacio integrando conservación con usos sostenibles del espacio como ecoturismo y la caza.”


Natural, conservación, sostenibilidad, ecoturismo… palabras y conceptos engatusadores para terminar con la última y más importante: la caza. ¿A cuánto se pagará el derecho a matar este animal? Dinero para el especulador de seres y satisfacción inmediata para el gozoso asesino.


Las consecuencias del descuido de lo salvaje

El silencioso alarido del lobo es una expresión demoledora de nuestro psiquismo que década a década va perdiendo los cabos que lo mantienen próximo del espíritu salvaje. Un proceso de desertización psíquica que podemos rastrear en la huella de cada árbol talado y en el paisaje sombrío que deja tras de sí el fuego o, en los lugares donde todavía llueve y el agua corre abundante, en la sensación intuitiva de que lo que el paisaje que pisamos ha sido intervenido y ya no conserva su fuerza nativa.

La extinción de los hermanos del lobo al sur de España es una muerte psíquica para quienes habitan Iberia y, más allá, para quienes abrimos el oído a eso que nos enseñaron a cosificar y a percibir como ajeno: el generoso y sustancioso cuerpo de la Tierra.

 

Con cada siglo que transcurre nos alejamos más del resto de seres pensantes y sintientes del planeta. En pos de un mal denominado progreso, hemos dejado de lado el sentir primigenio de nuestros ancestros “Pertenecer a la Tierra” para transformarlo en un “Poseer la Tierra”. Allá donde las sociedades están más civilizadas, la fractura con la hermandad animal y vegetal se acrecienta.

Si las sociedades tribales solicitaban permiso a los árboles para tomar parte de sus frutos y madera, a la vez que honraban el momento de matar a cada animal para su ingesta, la sociedad occidentalizada (dígase: civilizada), incendia bosques impunemente y asesina sin escrúpulo su comida o, incluso, disfruta asesinando sin honrar a los animales como alimento, usándolos como simple decorado.

Nos infunden temor a lo salvaje: ¿No tienes miedo de que te hagan algo los lobos? − Me preguntó un paisano cántabro porque pernoctábamos junto a un río −.

Mi respuesta, como siempre la misma: Me dan más miedo los peligros de la ciudad, esos son más reales…

 

El lobo extinto hace de la montaña que lo alojaba un jardín, una simulación en la que se permuta el colmillo por una vana seguridad basada en el miedo a nuestra propia esencia salvaje, esa misma esencia telúrica que nos permite escuchar el canto de las demás especies y entonar el nuestro a coro, contribuyendo a la gran sinfonía que siempre está sonando.

Y como dice mi amigo Jose Ferri: “los pájaros no cantan porque tengan una respuesta. Cantan porque tienen una canción.” Y así, al reavivar nuestro amor por el lobo, por el colmillo y la ferocidad, dejamos de lado las viejas y carcomidas respuestas para volver a escuchar la canción nativa, el cantito que nos puebla el pecho y nos recuerda desde tiempos remotos quiénes somos y cuál es nuestro servicio en esta práctica de estar vivas y vivos, al servicio de la continuidad de la Vida.


Ubuntu
: una mirada simbionte y colaborativa del mundo

En nuestro declive civilizatorio hemos olvidado lo más esencial: yo gano si tú ganas. Hemos pasado del apoyo mutuo a la competencia. El sistema financiero actual deformó conscientemente los postulados de Darwin cuando este estudió el origen y la evolución de las especies. Nos han hecho creer que evolucionaron a través de la competencia y de “la ley del más fuerte”, pero este investigador apasionado del mundo vegetal concluyó que la evolución de las especies se dio en base a la adaptabilidad y resiliencia de cada especie y que a menudo estos patrones adaptativos se daban en función de la capacidad de cooperar entre especies.

Con respecto al lobo podemos leer según una investigadora estadounidense:

“En ese momento, los humanos modernos, los neandertales y los lobos eran los principales depredadores y competían para cazar mamuts y otros grandes herbívoros.
Pero entonces, formamos una alianza con los lobos y esto habría significado el fin de los neandertales.
Nuestros ancestros comenzaron así a domesticar a los lobos, de los que descienden los perros, y con su ayuda perfeccionaron la estrategia para cazar.
Esta asociación les permitía dividir el trabajo de forma eficiente.”

Pat Shipman, investigadora de la Universidad de Pensilvania

 




Visitando el paraje natural de El Torcal, encontramos este cartel, en Andalucía se declaró extinto el lobo, pero se le puede observar en una zona que denominan “natural”, pero debidamente vallada. Como si de una safari o circo se tratara…


 

 

En el pasado verano recorrimos algunos de los recodos de la Iberia norteña. Los calores insoportables del sur fueron los detonadores de tal movimiento. Un lugar en que poder estar, pensábamos, algo tan básico como eso: poder vivir.

Heredamos el paradigma del sufrimiento y del sacrificio de quienes nos precedieron. Un tipo de sacrificio alejado de su etimología, tan ligada a la honra de lo sagrado. Sacro-oficio, antiguamente, un acto esencial en toda práctica de veneración del ciclo Vida-Muerte-Vida y en todo camino iniciático de retorno a los misterios. ¿Y ahora? ¿En qué hemos convertido el sacro-oficio, el contacto directo con lo sagrado, lo esencial, la Vida misma? Sin duda, en el oficio de dejarnos la piel a toda costa y, junto a la nuestra, la piel de la Tierra.

El alarido del lobo nos avisa por debajo de las capas de domesticación: es un llamado o una suerte de enigma que llevábamos plegado entre las tripas y que comienza a desabrocharse lento y paulatino o feroz como un síntoma ineludible. Se trata de un interrogante que nos saca de la dinámica en que la pertenencia, el gozo y el arte de los cuidados quedan sepultados por la práctica colectiva de la dominación.

Cuando estos tres valores (pertenencia, gozo y cuidados) se corren hacia una periferia prácticamente marginal, ¿qué ocupa el centro?

Nos bastó recorrer los senderos del norte, atravesar explanadas cada día más extensas y amarillentas (aplastadas por la ganadería y extenuadas por la agricultura extensiva) y asombrarnos ante la cada día más castigada y reducida presencia del bosque para averiguar la respuesta.

Podrás, para estas alturas, intuirla.

El peligro de que el alarido del lobo que llora a sus hermanos extintos sea un síntoma lento y paulatino es que tenemos una desafortunada tendencia al acostumbramiento que todas y todos, de una forma u otra, podemos mapear en nuestro modus vivendi actual. Algo se empieza a sentir incómodo, pero no lo atendemos todavía. Lo soñamos, pero preferimos dejarlo un rato más relegado al plano onírico. Lo presentimos, pero nos distraemos con otra cosa y acabamos por apuntarlo en algún cuadernillo (o ni siquiera eso) para revisarlo más tarde. 

 

La contradicción detrás de la caza del lobo

Este viaje nos removió en el momento en que visualizamos un enorme cartel en la plaza principal de un pueblo cántabro: 

“En defensa de los ganaderos, fuera lobos de nuestros montes”

Frase escueta, pero muy ejemplarizante del estado en el que estamos imbuidos. 

La agricultura y la ganadería han arrebatado los hábitats a los lobos (como a cualquier forma de vida salvaje)… ¡hasta llamamos “Parque Natural” a las plantaciones de monocultivo de pinos realizadas por el hombre! ¿Por qué no llamarlas “Jardín Humano”?

No contentos con ello, cada año se incendian más bosques con la intención de que los terrenos puedan pasar a otros usos, ya sea como pastos para ganado o como espacios urbanísticos.

“Nuestros montes”, nuestros, de los humanos y nadie más. Desde esta lógica, cae por su propio peso el “lobos fuera”: ya no nos sois útiles, me molesta tu vida salvaje, me molesta la incertidumbre que generas en mi zona de confort, así que no tienes derecho a la vida. Esta es la herencia intelectual que acarreamos por sentirnos centro y dueños del universo.

Y aunque se comienzan a tomar medidas desde algunas esferas, desde otras intentan aferrarse al paradigma de la antropología. Algunos ejemplos:

 

  • Este año varias regiones ibéricas han comunicado su deseo de que se valide la caza del lobo. Esgrimen daños irreparables al ganado con datos imposibles de corroborar si se contrastan. Hablan de tres millones de cabezas de ganado muertas por ataque de estos cánidos, cuando ni tan siquiera existe esa cantidad de ganado en tales territorios. + Info aquí

  • Al mismo tiempo, estas comunidades recibieron más de 15 millones de euros para afrontar las pérdidas aunque, según un informe, “no se dispone de información detallada y homogénea acerca del destino dado por las administraciones autonómicas a estas partidas económicas transferidas, lo que puede poner en peligro el acceso el próximo año a este dinero”. + Info aquí

Es decir, al mismo tiempo que atacan la figura del lobo basándose en los intereses de los ganaderos, desvían el dinero que debería paliar los supuestos daños causados por el feroz lobo a dichos ganaderos.



¿Y ahora qué?

Al amparo de nuestra veneración por todas las formas de Vida, queremos combatir este tipo de procrastinación que desoye el llamado del espíritu salvaje. Y cabe resaltar que nuestro combate no es sangriento, sino un embate sencillo, un embate de consciencia que se practica. Un inclinarse cotidianamente hacia otras formas de tratar a lo que intuimos, a lo que nos toca, a lo que soñamos y nos sueña… y a los susurros totémicos que nos alcanzan en los espacios más inesperados. Susurros cánidos, susurros escarpados de montañas y llanuras sacras que nos piden posicionarnos, susurros de esa estrella radiante que a todos los seres nos arde en el pecho latiendo al son de la renovación y del misterio.

¿Cómo respondemos ante el alarido silencioso del lobo?

Hemos hablado del peligro de acostumbrarnos al síntoma cuando se va expresando lenta y paulatinamente. Entre las calles y a ras de campo la gente exclama: ¡casi no llueve! Se secó el río aquel que siempre se había mantenido caudaloso. El pasto ya no da como antes. 

Y asentimos, a veces con el corazón apretado de la pena y a veces, resignadas, dadas a los brazos truculentos del acostumbramiento.

Mas en ocasiones los síntomas nos arrebatan al punto de tirarnos contra el suelo. Ya no hay procrastinación, escapatoria ni acostumbramiento posible. Se oye un crack. Hemos llegado a las puertas del no retorno.

¿Y ahora qué?



Ahora toca parar, respirar, sentir.

Dejar de lado la visión antropológica del universo: no somos el centro del universo, somos parte de él. No tenemos derechos de posesión, pertenecemos a él.

Retomemos la cosmovisión nativa y ancestral, la escucha de nuestro pasado permitirá una certera visión de futuro.

Ubuntu es una palabra tribal que significa “yo soy porque nosotros somos”.

¡Aullemos junto a nuestros hermanos lobos!

 




Artículo cocreado por el proyecto Vinculados:
Arminda Abdola Hernández y Rafael Carlos Vicent Hernández
Ecoasentamiento Buenviví – Otoño 2023

 

Si te ha gustado este artículo y te apasiona la astrología puedes continuar la lectura con la introducción realizada por Arminda en su web Astros en movimiento, el articulo esta en este enlace:

La supervivencia del lobo en iberia

 

 


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